top of page
papel antiguo

A ti, y al vitral que nos separa

Este poema narra la breve historia de un hombre que ve a su amada a través de un vitral. Ella es inasequible a sus esfuerzos, pero se consuela en contemplarla y saberla un alma íntimamente ligada a la suya.

A ti, y al vitral que nos separa

I.

Son suaves los pasos que me llevan,

puerta adentro, tordo al nido cercano,

al sin igual recinto, templo olvidado.

Atrás quedan las hojas de cedro;

plegadas observan mis huellas,

que se agolpan cruzando el pasillo desierto.

Suenan aún, lejana memoria, antiguas plegarias,

himnos de dispersas tonadas, en el salón vacío.


Mas no hacen caso los ojos, del polvo

que descansa sobre los bancos de acacia.

Pues allí, cercano a la diestra ansiosa,

el mío vitral relumbra; impávido convoca,

y el pecho, a su brillo, de gozo tiembla.


II.

¡Cuán hábil el artista que ha grabado tus formas,

cuyo abigarrado seno la luz desborda!

Pero tal ciencia yo ignoro, y no atiendo

a las efigies sobre el lienzo de cristal.

A través del vidrio penetran los ojos:

¡tal añoro cada día, en la sombra que me abriga!

Pues tras lo aparente, borrosa entre plomo y fulgor,

¡tu figura surge, fiel a mi espera,

difusa en el mundo que el vitral me niega!


III.

Eres tú, entre ráfagas de viento y gloria,

cual yo en este más modesto lado.

Gemelas facciones que a una sonríen;

una misma nota a dueto ofrendada al aire.

Aquí, en la vieja catedral, los ángeles callan;

mas por tu voz ruego, si es libre

cual la luz que el diáfano cuadro horada,

y a ambos lares se prodiga incesante.


IV.

Dime: ¿culpable eres de mis errores,

mis torcidas huellas que el Tiempo no borra?

Cuando el regocijo, como volcán incontenible,

brota en holgada risa, loco espasmo,

¿también te gozas, sin saber por qué?

Ciertamente, cuando lágrimas mi dolor vierte,

son tus penas, tus congojas, las que abrigo.


V.

¿No se eleva en mí tu frente, sudorosa o triunfante?

Y mi corazón, ¿no tiembla tras tu pecho?

Cuanto has querido, inflamó mi pasión,

y tu secreto odio, mi entraña amargó primero.

No hay fin en la envidia o el cordial deseo;

principio y cumbre soy a tu obra.

Nada en verdad nos distingue:

somos dos gestos de un mismo rostro.


Libro Apofis y el Dragón

bottom of page