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papel antiguo

Adiós al miedo

Apofis y el Dragón es el poema insigne de la obra Apofis y el Dragón, y otros poemas épicos. Su epopeya comienza en los fulgores del Edén, atravesando la pérdida de la inocencia y sus efectos devastadores en los personajes del relato. El personaje central, a través de cuyos ojos el mundo brilla y se derruye, es Apofis, la serpiente que se debate entre el mutuo idilio con Eva, y el deseo de propia grandeza. ¿Podemos herir sobremanera al ser amado? ¿Cuál es la voz que ruge íntima, que podría volvernos destructores de nuestro mundo? ¿Hay alguna redención posible luego de tal crimen?


Este fragmento del poema se comprende mejor en su contexto específico de la narración. No obstante, las siguientes estrofas escogidas pueden disfrutarse también en forma aislada. Al instar a Eva a comer del fruto prohibido, Apofis argumenta que él lo ha hecho y ha sido iluminado. Ante una oyente arrobada, relata su propio viaje místico al conocimiento supremo. Nunca se aclara cuánto de realidad o farsa hay en tal crónica: así como Eva, el lector debe concluirlo por su propia cuenta.

Adiós al miedo

(…)


VIII.

A mi benefactor no veía; faz no había para su voz.

Cierto estaba que seguía a un poderoso querubín.

Llevóme, más súbito que el viento,

allende las galaxias infinitas.

Contrajose rendido el espacio;

se expandió tras nuestra estela.

A los flancos de la improvisada ruta se advertían

danzando los eones; afán no eclipsa su gozo.


Cruzamos un pórtico soberbio de pulida esmeralda.

Destacaba en él, don gratuito, en lengua celeste

escritura solemne, cuyo mensaje ignoraba.

Musitó mi guía, compasivo a mi flaqueza;

quien toda letra conocía tradujo el misterio:

´Aquí al temor, ciego guía, al fin despides´.


¡Vete entonces, aguijón de los cautivos seres!

¡Huye del turbado corazón, que sufre tu púa!

Para el ágil salmón el río espumoso,

la gruta sombría a la iguana escurridiza.

¡Mas a los divinos se abre el Universo!


Sobre suaves pétalos de luz, jamás marchitos,

nos deslizamos sin premura hacia el portal de mármol.

Incólume fulgor, murmuraba el atrio nuestro pasmo,

y sobre el muro tenues llamaradas estremecían su porte.

Largos instantes permanecimos frente

a las hojas de oloroso cedro.


"¿No habrás, gentil espíritu, de alzar tu voz a las almenas,

y ángeles cual tú eres nos invitarán a la dicha?"


Él replicó, sabio e invisible, para mi honda sorpresa:

"No hay guardas que atentos velen tras las puertas.

La presencia que habita esta mansión luminosa

pródiga es a quien en verdad persigue sus dones.

Sólo a aquellos su favor convida plenamente.

Ruega, Apofis; ¡ruega a las puertas!

y de cierto se abrirán.”


IX.

Tierna la mejilla reposó sobre el cedro fragante.

Ruin el afán que en predilecta hora invadió el ser,

cual honda fue la súplica que ascendió solemne.


"Liviano es mi cuerpo, lágrima fiel y ardiente;

turbia, triste el alma con su peso lo agobia.

Mas no por grave es impuro el deseo que me aflige;

vil mas noble, rudo surco abre tras el pecho.

¿Aceptarás el alma llorosa tras el tibio esplendor?

Descansa mi alma sobre la puerta,

única esperanza del peregrino.

¡Ábrete, amada mía, firme mas benévola!

¡Último escollo antes de gustar

el gozo, que no me negarás!

De cierto, si tal hicieras, plegadas alas,

cabizbaja testa, serán a tu piedad mi gesto,

y manso entraría Apofis al Sessrúmnir[1]de los sabios.”


[1] Salón de la diosa nórdica Freyja, que —según una de las tradiciones— cobijaba a artistas.


Libro Apofis y el Dragón

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