Baba Yaga
Quizá Baba Yaga despierte pocos temores en Occidente. Sin embargo, en la Eslavia oriental, bajo la sombra del Cáucaso o el gimoteo de la nieve, los niños se estremecían a la sola mención de su nombre. La bruja de la cabaña en el corazón del bosque del cual los infantes no regresan, nariz azul, una pierna de hueso, volante sobre un almirez, ¿oculta, bajo el rostro arrugado, sus razones? ¿Esconde tal vez una historia tras el pectoral helado?
I.
En Kubán, el bosque eterno,
de fresnos y abedules encantados,
en la cabaña maldita,
pilares chuecos a los lados,
tiesa tras la celosía,
muda contempla la fronda,
Baba Yaga tan temida.
Escuchan los niños aterrados
a sus padres advertir:
“No desviéis los pies, pequeños,
allí donde la ruta se acorta.
Torva aguarda la bruja
el incauto pie errar.
Ella, cruel como ninguna,
es cual Circe peligrosa.
Carmín muela, nariz azul;
por la noche hiede a gritos
su guarida espantosa.”
II.
Siglos ha un caminante
su resuello allí calmó.
Él, a Adonis semejante,
pasar la noche consintió.
“Eres la flor de la tundra.
¿Qué hay bajo el vestido añil?”
Así por ambos ardió el lecho,
prometiendo amor sin fin.
Mas el sol por la mañana
sólo un cuerpo iluminó,
y cual niebla las promesas
triste el día esfumó.
¡Con el corazón deshecho,
febril alma de malaria,
crédula buscóle todavía
Baba Yaga solitaria!
Aun encinta de recuerdos,
por él hurgaba entre los sueños,
y el amor en locura degradaba.
III.
Nació un niño del despojo,
trizas del amor negado;
la nariz azul de frío,
un clarín entre los labios.
Quísole ella cual la nieve
orna el monte anubarrado,
como escombro de sus sueños,
de su mañana dorado.
Cuando el niño hubo crecido,
príncipe del bosque encantado;
entre los sauces un cedro,
predilecto de los faunos,
“¿Qué hay más allá del bosque,
de la nieve y de los prados?”,
dijo el joven de ingrato
clarín entre los labios.
“No me bastan tu caricia,
tu cabaña o tu regazo.”
IV.
Ella aún los espera,
del ventanal atalaya;
con el espíritu enfermo,
envejece Baba Yaga.
No siempre fue bruja
la que novia o madre fuera.
Entre tósigo y vapores,
con ira cuece su pena
contra quien, sordo, a tientas,
arriesgue a tocar su puerta.
Yo, raptado, vi en sus ojos
débil luz de madre tierna.
“Pídeme el mundo”, me dijo,
“mas nunca que te devuelva”.
Cuando dicen que aquelarre
se oye desde la caverna,
es ella que le canta
al fuego su tristeza.
Pues no le habla la llama,
mas ardiente la consuela.
¡Baba Yaga, azul nariz,
colmillo de sangre seca,
huesuda faz ajada
que relumbra en mi celda!
Una vez un caminante
posó la noche aquí.
Es su nombre entre sollozos
que gime el corazón helado
bajo el vestido añil.