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papel antiguo

Donde la luz nos desconoce

Absalon fili mi es el segundo poema de la obra Apofis y el Dragón, y otros poemas épicos.  Está libremente basado en el episodio histórico de la guerra civil entre el rey David de Israel (1040 – 966 a.C.) y su hijo Absalón.  Explora temas como el amor culpable, los efectos trágicos de los propios yerros, y la negación o inevitabilidad de la muerte.  Muerto Absalón —y sabiéndose David culpable por el destino de su hijo— cruzando el desierto imagina a su hijo en la tierra de los muertos.  Lo contempla colgado circuido por las sombras, tal como cuando recibió el dardo fatal, y en su ensueño se le figura cómo podría rescatarlo.  Este fragmento del poema se comprende mejor en su contexto específico de la narración.  No obstante, las siguientes estrofas pueden disfrutarse también en forma aislada.

Donde la luz nos desconoce

(…)


XI.

He traspuesto el umbral hacia dominios que la luz desconoce.

Cautelosos los pies avanzan en un océano de niebla

por siniestras calles sin bullicio ni lumbreras.

A ambas márgenes de la ruta vacía

se erigen casas modestas, del mismo arquitecto hechura.

Iguales somos en riqueza si la luz nos desconoce.

Tu nombre único pronuncio frente a todas las puertas.

Tras ellas sólo dormita el silencio;

no se arrastran chillonas las herrumbradas cadenas.

Descreen la esperanza, distante memoria,

quienes se marchitan donde la luz los desconoce.

¡Ah, bien que sabio me sería suplicar un sitio

en la plaza que acoge a quienes no tienen mansión!

(Los que poco han tenido en vida no recibirán

más benigna clemencia allende el umbral penoso.)


XII.

Empero tu voz oí gimiendo en el silencio,

y tu prisión distinguí entre las casas gemelas.

¡Alístate, amado!

Lentos yerran mis pies, mas llegarán a tu puerta.

¡Ya se aflojan tus grillos en redor de los tobillos lacerados;

reptando desandan las cadenas a la guarida de los ofidios!

¡Oh, no es tarde; no es tarde!

Quiebre tu mano extendida las densas brumas

que te oprimen; ¡únase con la mía!

Crujen los goznes, helada manija de bronce.

El dolor entrecorta tu silueta en el centro del cuarto.

¡Tu nombre exclamo jubiloso hacia tus sordos oídos!

Circúndante cometas sin antorcha y mundos fenecidos,

que en vano persiguen el resplandor que una vez tuvieran.

Flotan ingrávidas las desamparadas estrellas

sin su cara luminiscencia en el mar de los sueños rotos.

Enjugo al fin mi llanto contra tu cuerpo suspendido;

téjese el manto nocturno, fina urdimbre,

en torno de nuestras solitarias figuras.

Ciegos tus ojos, vierten también lágrimas redentoras.

¡Resiste, hijo mío!  Fuertes son las ataduras

que te confinan inválido al tordo sepulcro.

Mas ve cómo el paternal fervor las deshace;

deshiláchanse vencidos los enlazados hierros.

Ya se aclaran tus ojos, purificados por el llanto,

y el corazón encendido cual hoguera calienta el templo polar.


XIII.

Se abrazan nuestros destinos en su postrera encrucijada.

Memoria no hay de la rebelión o el crimen;

al calor de la gracia sana la llaga en el áureo pectoral.

Ábrese la desvencijada puerta y revela el vacío.

Entra furtiva una quejumbrosa ráfaga, invernal brisa

que nace más allá del pórtico

do esfúmase el rigor de la muerte.

¡Apréstate, mi niño!

Abierto estará el portal por breve tiempo

hasta completarse tu huida.

Ha vuelto tu vigor potente; sangre correntosa rebalsa

el lecho que alimenta los órganos restaurados.

La oscuridad nos rodea absoluta,

pero los ojos del alma te ven

partir a tientas y conquistar la calle desierta.

Tu andar es majestuoso, Absalón…

No han perdido tus pies el caminar del príncipe.

No mires atrás.

Aquí sólo hay desazón y luto.

Aléjate esbelto de mi contemplación llorosa;

ágil ha de ser la carrera a la libertad.

¡Atalayas del espíritu, que miráis desde la nubosa almena,

vigilad siempre a este hijo mío!

¡Velad sobre su renacido destino!

¡No falte ninguna de sus proezas ante la vista inmóvil!

Mientras en la silenciosa morada suya

pendo yo solitario, desventurado y ciego,

y espesa lobreguez perpetuamente me oculta

aquí donde la luz nos desconoce.”


Libro Apofis y el Dragón


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