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papel antiguo

El abismo y la cruz

Apofis y el Dragón es el poema insigne de la obra Apofis y el Dragón, y otros poemas épicos. Su epopeya comienza en los fulgores del Edén, atravesando la pérdida de la inocencia y sus efectos devastadores en los personajes del relato. El personaje central, a través de cuyos ojos el mundo brilla y se derruye, es Apofis, la serpiente que se debate entre el mutuo idilio con Eva, y el deseo de propia grandeza. ¿Podemos herir sobremanera al ser amado? ¿Cuál es la voz que ruge íntima, que podría volvernos destructores de nuestro mundo? ¿Hay alguna redención posible luego de tal crimen?


Este fragmento del poema se comprende mejor en su contexto específico de la narración. No obstante, las siguientes estrofas escogidas pueden disfrutarse también en forma aislada. Tras que ambos Adán y Eva probaran el fruto del Conocimiento vedado, Dios visita el huerto de Edén. Con angustia, el Creador afirma que ya la Muerte reclamaba a sus hijos, y que —a fin de no perpetuarla— ellos debían abandonar Edén. Sin embargo, anuncia la cruz, que podría salvarlos. La muerte de Dios está representada aquí por una caída al abismo, buscando al ser amado que podría (o no) estar vivo en el sombrío fondo.

El abismo y la cruz

(…)


VIII.

Un trozo se desprende del corazón tullido;

rueda en tierra entre rocas y cizaña,

hasta yerto caer al foso sin piadosa sima.

¡Oh, si pudiera enjugar vuestro lloro!


Junto al traicionero borde, porfía la deprecación:

“¿Vives tú, mi hijo, cautivo de la sombra?”


Sensibles al miedo, se ensanchan los ojos amantes.

Contemplan la crueldad del abismo,

que tu llagado contorno no revela.

De cierto, salientes agudas cual cuchillos

esperan pertrechadas en premio al arrojo.

Suben del pozo infectos vapores, nefando incienso.

Se arrastra la peste sobre el muro resbaladizo.


“¿Vives tú, mi hijo, razón de mi desvelo?”


Sólo el eco contesta tan desesperado ruego,

hasta ahogarse en la opresiva bruma.

Afirmo mis manos en los labios endurecidos;

bajan mis pies luego sobre húmedas salientes.

Entre el torbellino se advierte lastimera súplica,

y el redentor fervor doblega el temor a la muerte.


Un áspero ventarrón surge del vientre de la sombra.

Golpea mi espalda temblorosa,

sacude el cimiento de mi firmeza.

Aferro mis palmas a los dedos de piedra, ancla inútil

que mancilla el bermellón fluyendo de la carne horadada[1].

Puede el dolor invadir los divinales nervios

¡Ve cómo gimen!


Jálanme las tinieblas con sus potentes brazos,

abajo, hacia el corazón de la negrura.

Ya no pende el valor ensangrentado

de salientes cual clavos.

Puede la eternidad ser descenso infinito.

Puede Dios caer inerte ante la ruin Anciana.

Se desgaja el espíritu ante el peso del destino,

el cual abrazo gozoso, hasta el último aliento.

Es tu ruego que más audible suena: ¡vives tú!


[1] Imagen del martirio vicario de Cristo en la cruz.


Libro Apofis y el Dragón

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