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papel antiguo

El hombre gris

Un niño sueña con un ser color de sombra, que rehúye al día. Luego, mientras yace en la cama, lo divisa en una esquina de la habitación, implorándole no encender la luz. La criatura le habla de un mundo que despierta cuando el niño duerme…

El hombre gris

I.

Una noche cuando niño

soñé con el hombre gris,

de penumbra recortado

en una arista del cuarto,

vigilando mi dormir;

cual sobre rama lechuza,

dueña de la escena oscura,

¿heraldo de infausto porvenir?

Mas al despertar perplejo

de sueño tan funesto

sobre empapado lecho,

sólo umbría había allí.


II.

En de sueños laberinto

yo niño le perseguí,

corriendo tras su rastro

bajo luna de marfil,

o, tal ciego viajero,

surcando llano desierto,

preso del cielo añil.

Por yo tal vez remiso

o él escurridizo,

en mundo tras el vigil,

dile nunca a tiempo caza,

hasta que junto a mi cama

un leve ruido oí.


III.

Encendí el velador antiguo

y la luz del mudo pasillo,

tal que entre lumbre y brillo

este curioso ser esquivo

del cuarto no pudo huir.

Se arrodilló gimiendo

en idioma sin ley

que el farol del techo

no hiriera su cuerpo,

no presto a dejarse ver.

Y yo le miré travieso

cual a insecto en mi red.


IV.

Su faz, honda fosa del abismo;

cabello arisco como mandril.

Dos faros por ojos titilantes,

que mal guiarían a bajel errante

cuando vela el cielo su candil.

Un torso incierto, bosquejado

apenas por sus ojos de anís,

que temen a la luz que salpica

adversa el piso esmaltado,

frío al trémulo pie de hollín.

Vida en ciernes, lento capullo,

verbo al crear truncado,

tal semejaba el hombre gris.


V.

“No encenderé lampara alguna

si caso me haces sin desistir.

Quiero saber qué existe (im)puro

allende todo cuanto leí.

Secreta aula esta alcoba sea.

¡Calle la noche mientras me enseñas,

hasta que el alba nos sorprenda

y al gallo haya que maldecir!”


Asintió él, a medias confiado;

fulgieron a salvo los ojos de anís.

Cuando eché la luz del cuarto,

mi lengua habló el hombre gris.


VI.

No de galaxias viajero

ni duende bajo el suelo

dijo ser el hombre gris,

sino ente a medias hecho

con materia de mis sueños,

caído al reino vigil.


“Donde nace el sol bermejo,

mas nunca cede su puesto;

Donde el metro es imperfecto

y vale un siglo un momento,

de aquel lugar caí.

Hay un mundo que despierta

cuando mueren las candelas

y libre prosigue en vela

cuando cesas de dormir.”


VII.

Durante años fue mi amigo;

en cada noche infantil

desde su esquina me hablaba

cosas que a oír jamás volví.

No creerías las alturas

que a la vista somnolienta

abrió su voz cual brisa lenta

para el niño que una vez fui.

De día en hojas amarillas,

yo escribía sus maravillas,

por no quedaran marchitas

al dejarme el hombre gris.


VIII.

Una noche tosco me dijo

“Está completo nuestro libro;

nada ya hay que escribir.”

A través de la negrura,

viejo rostro macilento,

vacua fuerza del enfermo,

en extraño tutor intuí.


“Mustio me ha vuelto narrarte

cuanto existe tras el velo.

¡Lejos me es latir eterno!

déjame en paz partir,

porque ante el sol bermejo,

cual haría un fugaz sueño,

pueda a la luz morir.”


IX.

Veloz como el silencio,

se desvaneció el espectro

hacia onírico país,

porque yo crecido había

desde el fervor pueril.

Joven ya era, con otros sueños;

exhausto, podía dormir.

Aunque esa noche en vano

busquélo en su reino

en cada rincón feliz.

Al despertar, sobre la cama

temiendo el ardor del alba,

yacía un joven gris.



Libro Apofis y el Dragón

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