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papel antiguo

El siglo del barquero

En el imaginario griego, Caronte dirigía la barca que cargaba a los difuntos, a través del río Aqueronte, hasta el Hades. El pago, un óbolo; aunque quienes no lo poseyeran debían aguardar una centuria hasta ser transportados. El poema evade los lugares comunes del mito helénico y recorre la orilla abarrotada de personas clamando por el descanso final más allá de las aguas, luego de una vida de fatiga. No obstante, el barquero conoce el timo: el reino de los muertos es un paisaje maravilloso, pero pronto los recién llegados comenzarán a presentar los síntomas del olvido y la extrañeza. Seguidamente, perderán los sentidos y la capacidad del placer. Finalmente, aunque sus cuerpos intactos no lo delaten, se les arrebatará la personalidad, el carácter y la identidad misma, su alma disuelta en las apacibles campiñas. Una mujer resalta entre el gentío, anhelando ser llevada al otro lado. Caronte se solaza en tan sólo contemplarla. ¿Dejará el barquero que esta sombra cruce el río con los ojos vendados por la última esperanza? ¿Juzgará una verdad desagradable mejor que la ignorancia feliz?

El siglo del barquero

I.

En el término del mundo

corre el río que los hombres

eligen nunca por rumbo,

perdido rincón del orbe.

En sus márgenes se agolpan

gentes de variado porte,

urgidas de extraña prisa

por cruzar el Aqueronte.

Hanles dicho, el sosiego

nace do el sol se pone,

como esquivo destino

siempre en lejano horizonte,

que a un óbolo dista

si lo acepta fiel Caronte.


II.

Buscando un semblante calmo

entre crispada multitud,

bramando por pronto descanso

en el solar de quietud,

a extraños lleva el barquero;

por ansioso el pasajero

muéstrale apenas gratitud.

¡Si supieran que el silencio

mal pagará sus esmeros

y almas serán sin recuerdos

en la costa do muere la luz!


III.

Hades es vergel frondoso

donde, tal protege Hesperia,

árbol hay con manzanas de oro.

Suaves son los alcores

al adormilado pie;

Nada abrupto al goce

enjugará la miel.

Mas pronto el labio pierde

su trino melodioso;

harta vista no distingue

el cardo del pimpollo;

ni a la piel caricia excita,

vuelta huerto abandonado

abril sin colores de otoño.


IV.

Nada de esto sabe ella,

quien en clamorosa espera

por partir agita la mano,

suplicando preeminencia.

Medio siglo ha blanqueado

hasta su cinto el cabello,

que desciende ensortijado

en dos dividiendo el pecho.

Bella es como la escarcha

cuando florece en invierno.

Ya en vida ha padecido;

¡disolverse no merece

en el último silencio!


V.

Difiere Caronte serle

mudo guía hacia el poniente,

porque verla entre la gente,

aun cual dama sufriente,

es del barquero la dicha,

aunque tras acres los días

ella de ansia ensombrece.

Mas al fin valiente arrima

su estampa hasta la orilla;

véncelo con las pupilas

que aun muertas se estremecen.


“Honda raíz ata mis pies;

son a la margen simiente.

¡Llévame do en paz me dejes!”


VI.

Caronte el pago registra;

la mujer sube aliviada,

del piloto rehusando cortesía.

A nuevo geranio olía,

en falaz Hades plantado,

rojo en tanto el hombre se disipa.

Por vez primera el barquero

piedad sintió del espectro

que cargaba a otra orilla:


“A mis iris tus vigías;

tieso empero quede el labio

al saber el engaño tras la vida.”


VII.

“¿Gozo habrá donde la Estigia

amarga colma su lecho,

aunque azúcar al sediento

parezca recién sorbida?

No hay en el puerto postrero

un éxtasis por venir

¡más que el hado del sarmiento

una vez cortado de la viña!

El cual podado contempla

cual la savia le rehúye.

¡Aunque nutricio semeja

y largo tiempo repose,

no será tras la cosecha

razón de placer al hombre!”


VIII.

“Allí, luciérnaga inquieta,

tu candil se apagará.

Aunque seas mujer longeva,

¿valen los años sin risa,

sin lágrimas la vista,

calva mente sin poesía…?”


Detiene ella con su dedo

el discurso del barquero,

sobre boca sorprendida.

Pide el óbolo que luego

echa al agua entumecida.

Al fin replica, ¡cuán sabia!,

a Caronte que vacila:


IX.

“Manda la ley de este trecho,

si mi bronce no entregara,

deberé vagar cien años

hasta que en Hades morada

merezca tanto esperar.

Mas, ya ves, todo te he dado;

para mí no hay vuelta atrás.

¡Boga lento, mi barquero!

Cual mi alma, el río sereno.

¡Sea al alud de recuerdos

este viaje siglo completo,

hasta que torpe memoria

tambalee al suspirar!”



Libro Apofis y el Dragón

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