En pie
Esta breve prosa poética en cuatro estrofas es un himno en medio de la desolación, cuyo advenir podríamos contemplar en el postrer día de la Tierra. También es una velada carta a quien podría ver el albor que siga al colapso. ¿Quién quedará en pie?
I.
¿Quién quedará en pie, último testigo, cuando haya el fin callado todas las voces? ¿Quién oirá caer —al suelo ofrenda— templos y obeliscos, orgullo nuestro de acero, de acero y paja? Tu ojo —atónito hogar de las pupilas— ¿se abrirá incrédulo, cuando el mar rebalse en la bahía y las nubes viertan lágrimas de hierro? Cuando labores cesen, quede el arado sobre el campo, las máquinas contengan sus vapores; cuando la oficina esté desierta y el andén calme su murmullo, ¿será un susurro tuyo el único canto?
II.
No brillará el albor de un nuevo día sobre las medallas que pueblan la pared. Las mezquinas riñas, arcas repletas de metálica fortuna, nuestra pálida bondad, no merecen el fulgor de la aurora. Tampoco las sombras que hieren el corazón, las fauces que han tragado islas y afectos. Aunque hogaño perforen las nubes, será allí escombro su cimiento.
III.
Te digo quién quedará: las montañas de ápice nevado; intrépido pico no horadará sus laderas. El delfín, jinete de las olas, preservará su nobleza. Las grosellas que surgen del prado, el ruibarbo que no deplora su estatura, el bosque vencedor del hacha humana, el colibrí que llora los pimpollos talados; ellos gozarán el aire puro de negra humareda.
IV.
Temo decirte, querida, porque estas letras tu mañana descubran, y huellen los pies otra senda. Lee hasta aquí, no más, prudente velo. Pues he visto despertar tu alba tras la noche del mundo. Titilarán tus ojos pardos cuando del Hombre se apaguen las luces. Te he visto a ti, que al mañana perteneces; no a mí. Serás jinete del almendro, atalaya del Sol, amiga de los lirios… huérfana en la pradera.