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papel antiguo

Encrucijada

Sobre las decisiones que demoramos, sobre cuando disfrazamos de bondad nuestra cobardía, sobre cómo resolver una encrucijada es cuestión de un instante.

Encrucijada

El bullicio alcanzó su punto máximo, en derredor de Laura tan inerme, tal que advirtió un cáustico ardor tras la frente. Palpó, surgiendo de la sien lacerada, las primeras gotas de sudor en un invierno crudo. Quizá era la sofocante calefacción de la tienda —pensó— pero un instante después percibió una combustión en el vientre y un escalofrío recorriendo la espina dorsal. Demasiado para el mismo cuerpo. Contempló el cielo raso de la tienda comercial, abovedado con fina pintura color pastel, adornado por lámparas de luz blanca. El diseño tenía nobles intenciones; no obstante, no aquietaba su angustia.


La vendedora parecía simular un tono amable, al notarla tan indecisa. “Creo que este talle te quedaría más holgado” —punzó con una sonrisa impostada. Laura aún tenía el vestido en las manos, apenas temblorosas. No reaccionó ante la sugerencia. Pensó en vez cómo había arribado a ese momento. Nunca había confiado en su propio juicio, aun en temas baladíes. Otras personas habían sido sus decisores. Ningún test había podido convencerla de cuál carrera universitaria debía elegir; había optado por lo más lógico. Había conseguido el trabajo soñado, pero no soñado por ella. Vivía en una casa con cierto lujo, sin haber podido elegir el color de las paredes. Colgaban en su dormitorio medallas y diplomas, que alguien más ansiara. “Mis paredes lucen el mismo tono que la oficina” —pensó, concibiendo sus días como un círculo infinito y penoso.


“¿Tardarás mucho más en decidirte? Tenemos cita con el catering en media hora.” Así la importunaba su madre, también en pie junto a ella, mientras la disculpaba con la vendedora. Laura oyó en el apremio de su madre los ecos de un amor impaciente, al fin amor. Su madre elogiaba en Laura la ausencia de rebeldía, aun en la volátil adolescencia. Había en todo sido un ejemplo y motivo de orgullo. Ella había descansado cómodamente en los brazos protectores, de todo mal, de toda vivencia. No conocía, cual el polluelo de águila, el abrir las alas hacia el abismo, el viento azotando las cumbres.


¿Daría un paso más en la senda planeada y ausente de asombro? Quizá fue el sudor tornando sus manos resbaladizas, el frío pasando del dorso a los labios. Tal vez un acto involuntario, el cual podría lamentar. O el primer arresto de valentía, tardío mas oportuno. Arrojó la prenda al suelo, se disculpó escuetamente y dejó sin más la tienda. Su madre y la vendedora, estupefactas, pronto perdieron de vista su silueta entre el gentío. Al par que el vestido, nupcial y desdeñado, alzaban del suelo.


Libro Apofis y el Dragón

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