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papel antiguo

Equinoccio

Se dice que un escritor siempre versa sobre el mismo tema, levemente variando el lente, captando nuevos carices. Para todo aquel que osa empuñar la pluma, la cortante pregunta del niño del poema persiste vigente: ¿a qué cantas tú? El equinoccio divide el día en dos mitades de día y noche, ecuánime duración. Asimismo, el corazón humano… que escindido gime como Fausto: “¡Ay, dos almas hay en mi pecho!”.

Equinoccio

I.

Junto al seto de azaleas,

hallóme el niño de ojos tristes.

Gorrión sobre blanca mano,

aguda voz cual ave libre.

Fijo miróme como el búho;

tal un ángel de tierra firme.

“Si este al cielo su trino dona,

¿tú a qué rindes tu canto insigne?”

Así habló la boca inocente,

sus labios de rosado tinte.


II.

Hondo y silente fue mi suspiro,

porfiando al numen por sabio dicho.

Mas aquel ayo que era conmigo,

mudo faltaba, tal vez peregrino.

No en el aire hallaba asilo

esa verdad del falso ruido,

sino en el pecho que, sin abrigo,

hiel rezumaba, yermo y vacío.

Oteando dentro del lar sombrío,

réplica obtuve para aquel niño.


III.

“Canto a la chispa que el mundo

de brillo guarda, Edén maltrecho.

Al huerto si se ensancha

do germinan los sueños,

y el rosal a Marte imita

vistiendo el manto bermejo.

Encierra el denso bosque

luz cual oro en su calvero.

Al hada de alas sedosas

manda guardar el secreto.

Cuando en día cercano

le asedie el fuego,

valdrá su inerme fronda

precio de un destello.”


IV.

“Y canto al mar si proceloso

espejo es de la noche eterna,

que al hondo abismo vierte

invernal lluvia de estrellas.

Tiende Érebo sobre las olas,

cual cirros, su melena crespa.

Colma Selene su forma,

rendida a un pastor de ovejas.

Y del mar hacia la costa,

la noche invade la tierra.”


V.

Ardieron mustios los leños

en sus iris pardos, viva flama.

¡Ni Sísifo en ardua cuesta

peso tan cruel llevaba,

cual de sus ojos la desazón!

Juglar llamóme, falso vate,

que agua irriga al corazón.

“Ya la natura cuenta sus bardos:

¿por qué malgastas una canción?

Si no te elevas más que los cielos,

vale por nada que des tu voz.”


VI.

Así aprendí qué poesía quería,

tomara mi lengua muerta.

Ya el horror o la belleza

serían mis musas selectas.

Del dolor, si con saña aqueja,

no desdeñaré la espuela.

Junto al lago, ¡tan hambriento!,

dulce ángel me alimenta.

Vuelve espectro al abismo,

y yo ando tras su estela.


VII.

¡Oh, terrible imagen, que al alma,

caído velo, plena se ofrece!

Del hombre el lábil espíritu,

cuyo doblez versos merece.

El poeta escribe en trance,

arrebato cual vidente,

cómo luz y sombra, eterna riña,

en el corazón se cuecen.

¡Ha llegado el equinoccio,

el otoño de las gentes!


VIII.

Cesé de hablar, bajando

de la cumbre a la meseta.

Ahora en calma, mi yo niño

regaba el seto de azaleas.

Juntos del gorrión ungimos

las alas con vida nueva.

En el niño, si aún triste,

florecía una mirada satisfecha.



Libro Apofis y el Dragón

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