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papel antiguo

Idilio en el huerto

Apofis y el Dragón es el poema insigne de la obra Apofis y el Dragón, y otros poemas épicos. Su epopeya comienza en los fulgores del Edén, atravesando la pérdida de la inocencia y sus efectos devastadores en los personajes del relato. El personaje central, a través de cuyos ojos el mundo brilla y se derruye, es Apofis, la serpiente que se debate entre el mutuo idilio con Eva, y el deseo de propia grandeza. ¿Podemos herir sobremanera al ser amado? ¿Cuál es la voz que ruge íntima, que podría volvernos destructores de nuestro mundo? ¿Hay alguna redención posible luego de tal crimen?


Este fragmento del poema se comprende mejor en su contexto específico de la narración. No obstante, las siguientes estrofas escogidas pueden disfrutarse también en forma aislada. Eva y Apofis se encuentran cara a cara. No hablan el mismo idioma, pero sus espíritus quedan ligados a fuerza de versos.

Idilio en el huerto

(…)


V.

Entonces nuestros labios engendraron versos ardientes,

a dueto recitados frente a la conmovida arboleda.

Aquellos dos seres únicos, solitaria su senda,

jinetes de un camino brillante y angosto,

contempláronse plenos de admiración sin mácula.

¡Felices se confesaron desde aquel instante,

henchidos ambos del divino néctar!

Sólo entonces oído habían la orden “¡Sea!”,[1]

y el breve ayer pesaroso era al alma joven.

La hoguera de su genio rugió alegres llamaradas,

y los halos que les rodeaban tornáronse de fuego,

anillos proclamando la íntima alianza de los espíritus.


VI.

“¡Oh, maravillas de una creación joven!

Todo aquí espolea la imaginación entumecida…

¡Adelante! —anima al tímido pensamiento que apenas balbucea.

¡Esparce en todas direcciones tu sustancia bendita!

¡Al Aquilón, al Austro, a los cuatro vientos silbadores!

Abraza con pasión ardorosa al hosco ciprés,

único entre el vulgo que resiste tu fogosa inspiración.

Descansa sobre su más menuda rama, sin quebrarla,

y recítale los versos que desatan la lengua de los mudos.


Todo aquí invita al sueño…

¡Sueños, no temáis abrir los ojos a esta benévola inmensidad!

Desnudos despertar junto a la orilla del Tigris caudaloso,

respirar el aire que han perfumado las amapolas,

adolescentes retozar sobre el tronco poblado de musgo,

y sentir del ceñudo ciprés los primeros versos.

¡Oh, Eva, en cuyos ojos yérguese poderosa la llama de la vida,

que tenaz se revuelve en velada agonía,

y apenas oculta el sufrir que acecha la penumbra!

¿No me contemplas ahora cual ya rendida abeja,

lánguida su fe de hallar pétalos que la acojan,

que finalmente sobre tierna flor desmaya,

y triunfante sorbe, sin prisa, tan preciado néctar?


¡Sí, me contemplas como el Sol!

(¡Pues Sol eres, Eva!)

Joven y exhausto, ¡ardiente y suplicante!

Potente, más que en su torbellino de fuego,

en la silente fuerza de sus plegarias secretas.

Sólo hallarás sosiego, alma anchurosa,

contemplando la flama que fingen

mis ojos, también tristes.”


VII.

No quisieron estos elocuentes clamores

tentar de Eva la mente insomne;

mas en el frágil corazón se hincaron

como clavos sobre dócil madero.

No había a la sazón lenguaje

que recibiera nuestras férvidas apelaciones:

¡hablaba la mujer el idioma del Hombre,

y yo, Apofis, la lengua del bosque!

Empero juraría que en esa hora

habíanse acortado nuestras lejanías,

y ambos gemíamos en el propio dialecto

una misma palabra de nueva creación.


[1] Refiere a la orden creadora.


Libro Apofis y el Dragón

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