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papel antiguo

La vela azul

El poema imagina una noche en el breve idilio de aquellos amantes que inmortalizara Virgilio, Dido y Eneas. Ella, reina de Cartago, y él, héroe de la guerra de Troya escapado de la destrucción de su ciudad. Con su memoria, tenuemente crepitan las brasas del amor ¿correspondido?, relumbran las llamas del despecho, y los giros inesperados en los viajes del espíritu conocen un nuevo puerto. No poseemos nada en verdad, pero nunca poseemos un corazón.

La vela azul

I.

Yacen ambos enlazados, cara a envés,

tórridas cadenas los brazos amantes.

Así el roble se arraiga al suelo,

abeja préndese a la nívea flor,

o la muerte cautiva a sus reos.

Cela capa negra sudados los cuerpos,

de la noche imagen, huésped en la gruta,

que del mundo encubre el precario lecho;

y la espada, de él herencia,

junto al tálamo de encendidas rocas,

guarda a la reina y al forastero.


II.

“Quiéreme hoy”, tenue ella suplica,

“antes que el alba nuestro hechizo

disipe cual lumbre al rocío.

Antes que esta corona que me ciñe

(y, a un lado puesta, tu faz espeja)

irradie el deber de la mañana,

mi laberinto, propias cadenas.

¡Sé sabroso aroma a estío

en mi campo de rosas muertas!

Sepan Cartago y sus hijas

que a un viajero amó su reina.”


III.

Arde él como horno humeante,

y habla con su beso, que invade

cuello y mejilla, vírgenes prados:

“A ti me trajo el viento;

audaz céfiro guio la proa

hacia la fértil costa donde moras.

Por ti los remos se han sosegado,

y el bélico fragor truena lejano.

Si al mar he de volver,

¡lo juro!, será a tu lado.

Pues paz, deleite abreva

de aljibe y mujer, este soldado.”


IV.

Ella vuelve los ojos, replica al beso;

en su mirada Orión y sus luceros:

“¿Qué más faena al labio

que temblor ser, febril almíbar,

rocío al valle en tu pecho?

Venus con mi voz suplica,

¡retén la vela, oh forastero!

Azul flamee en esta orilla

en tanto dure el invierno.”


V.

Así se duermen los dos amantes;

sobre la roca, luna menguante.

El porvenir, si ayer cambiante,

hoy cual la noche luce radiante.

Mas al albor que todo borra,

sin miel panal, silente alcoba,

sólo albergaba la gruta en sombras

a una mujer y su corona.


VI.

Y ya enhiesta, vio distante

en lontananza la vela azul;

burlona sobre agua campante,

levada el ancla, rumbo hacia el sur.

Lejano Dido distingue a Eneas,

con negra capa, barba de luz;

sola corona en la mano tierna,

y tras el pecho furioso alud.

No sabe ella, llorosa reina,

si en otro puerto del vasto mar,

otra doncella por él espera,

añora sus letras y paladar.




Libro Apofis y el Dragón

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