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papel antiguo

Mi aprendiz

No se requiere mucho para descoyuntar un corazón. Solamente cinco o seis sílabas por verso, y un verso tras otro, sin clemente freno.


En el mismo sentido, Wilfred Owen, quien combatió en la Primera Guerra y la retrató en sus poemas, escribió: "Si en algún sueño pudieras seguir a pie la carreta de la que arrojamos su cuerpo... Si pudieras oír a cada tumbo la sangre... no contarías con tanto entusiasmo, a los niños que arden por la gloria, que dulce y honorable es morir por la patria". Owen fue mortalmente abatido en batalla el 4 de Noviembre de 1918... una semana antes del Armisticio que concluía la guerra. 

Mi aprendiz


I.

Un fiel camarero

de gozo lleno

muestra el espejo

al mirarme a mí.

Por los esmeros

brilla el cabello;

ondea sobrio el corbatín.

Un carro empujan

mis sueños llanos:

masas, galletas

y té carmín.

Junto al carro

marcha mi niño,

el vero espejo,

mi aprendiz.


II.

Mi niño porta

traje y camisa;

coge del asa

la jarra gris.

Suave acomoda

el mantel caído,

al par que sirve

el té carmín.

"Padre, algún día

llevaré el carro.

¡De blanco y negro

te haré feliz!"


III.

Crece mi niño,

aunque yo quisiera

un freno ser

a su partir.

Ahora habla de guerra,

de valor y sangre;

regio se yergue

como un alfil.

Azul su traje,

veinte los años,

vase mi hijo

con un fusil.


IV.

Vuelve mi niño,

nublada vista,

tras verter sangre

por su país.

No ya le place

el sabor del queso,

el color del cielo;

hablar no puede,

ni más reír.

Salta ante el trueno,

huye al espejo,

de noche teme

el ojo del misil.

"¡Oh Dios, perdona

a este hombre muerto!",

gime soñando

su voz senil.


V.

Regreso una tarde

al hogar exhausto;

un grito oigo

al pisar el jardín.

"Padre, si supieras

lo que allí he hecho,

la hiena, el lobo

en que me convertí…"

Firma la carta

el nombre de mi muchacho;

rojo el lagar

que rodea al fusil.


VI.

En su entierro,

cajón cubierto,

un paño orna

el cuerpo juvenil.

Dame el heraldo

otra misiva, de quien

gobierna a los corderos

desde sillón de marfil.

"Por nuestra patria

tu hijo ha muerto.

No hay sacrificio más feliz."


VII.

Un fiel camarero,

vuelto un espectro,

empuja el carro

sin su aprendiz.

Abro la puerta,

miro a los ojos

a quien envió

a mi hijo a morir.

Ciego a mi sombra,

aúlla al teléfono,

sobre el sillón de marfil:

"¡Aunque cayeran

por mil los muertos,

sabrá la Historia

que yo no caí!"


VIII.

Así compruebo,

tardo más cierto,

que bien servía

a un hombre vil,

guía de corderos

al matadero,

mientras rugía

en el redil.

Echo el veneno

sin miramentos

en su taza

con té carmín.

Cierro la puerta;

sólo el espejo

me ve partir.

En el reflejo,

siempre a mi lado,

empuja el carro

mi aprendiz.



Libro Apofis y el Dragón

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