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papel antiguo

Niño de barro

El Golem de Praga es una célebre leyenda judía, ambientada en el siglo XVI. En el muy versionado relato, el rabino Judah Loew manufacturó un espantajo de barro, el cual cobró vida al insuflarle Judah la chispa vital, o —según una variante narrativa— al escribir en su frente el Nombre de Dios. El peculiar ser, aunque traído a la existencia, era incapaz de hablar o razonar. No obstante, su vida precaria era vida al fin. Al borrar el Nombre, tal vida se esfumaría. Hasta aquí, pues, la leyenda del (monstruo de) Frankenstein semita, pues el poema —puesto en labios del rabino— del cieno moldea su propia senda.

Niño de barro

I.

Temblón mi dedo recorre

tu frente de tierra lisa;

resbalan mis temores

en tus mejillas de barro.

Tu ojo es un nido que

suaves polluelos perdiera.

Tu iris, la llama ausente,

cuando el invierno arrecia.


II.

Inmenso te he creado,

monte de huraña ladera;

cual el periplo olvidado

del viento que azota las peñas.

Al paternal moldearte

del légamo inerte, frío,

un nombre grabé en tu frente

cual a hijo mío.

No es el que ahora ruge,

febril por sangre tuya, el vocerío.


III.

No muévese tu lengua,

fútil en su guarida,

aunque “buen padre” gruñe

tu garganta de arcilla.

“Abrázame pues temo

el tumulto que trepida,

las voces que cercanas

piden la vida mía”,

tal oyó el rabino

que mudo labio decía.


IV.

¡Ay, que égida guardare

de lodo el pecho macizo!

¡Y un yelmo de jinete

vele donde no supe

pensar soplar del fango

que tu oquedad fiel cubre!

Mas hoy padre impotente

arrulla al niño de barro,

doblando este su altura

grave sobre mis brazos.


V.

¡Mal quiso este rabino

el don del alfarero!

En tosca vida ha convertido,

¡necio!, puñados de suelo.

“Cual Dios tan noble hiciera,

también yo en profano rito.

¡Este a Adán no envidia!”,

ayer clamé al titán dormido.

Mas al soplar mi aliento,

sólo tembló el sueño herido.


VI.

Recuerdo, tallé entonces

sobre ti el Nombre terrible,

¡mi alma perdiendo por

llanto de niño oírte!

Gritaste cual joven libre

en blasfemo alboroto,

¡y yo cual Dios creíme

por insuflar vida al polvo!

Hoy mientras te cobijo,

fruto de indigna obra,

columbro en lloro ardiendo

mis sueños rotos.


VII.

Aúllan que has matado

a alguien de la ciudad,

cual si Praga extrañara

a un hombre más.

¿No son ellos de la tierra

fina hechura, arte mayor,

sólo que aura en sus narices

dioles diestro Creador?

Tras de cieno la coraza

late un pueril corazón,

¡mas a mi niño de barro

el mundo no comprendió!


VIII.

Ya la turba entra a nuestra

casa y tumba del amor.

Sobre tu frente, mi llanto

borra el Nombre, apaga el sol.

¡Duerme ahora, mi tierno niño,

que a tu costa de limo blando

mi caudal también apremia,

do seremos padre e hijo, río y fango!



Libro Apofis y el Dragón

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