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papel antiguo

Panteón bajo la noche

Apofis y el Dragón es el poema insigne de la obra Apofis y el Dragón, y otros poemas épicos. Su epopeya comienza en los fulgores del Edén, atravesando la pérdida de la inocencia y sus efectos devastadores en los personajes del relato. El personaje central, a través de cuyos ojos el mundo brilla y se derruye, es Apofis, la serpiente que se debate entre el mutuo idilio con Eva, y el deseo de propia grandeza. ¿Podemos herir sobremanera al ser amado? ¿Cuál es la voz que ruge íntima, que podría volvernos destructores de nuestro mundo? ¿Hay alguna redención posible luego de tal crimen?


Este fragmento del poema se comprende mejor en su contexto específico de la narración. No obstante, las siguientes estrofas escogidas pueden disfrutarse también en forma aislada. Apofis también abandona Edén y da con Dilmún, el paraíso sumerio, que a la par lo deslumbra. Luego de un prolongado diálogo con Ninsikil, patrona de aquel reino, los dioses lo rodean, recibiéndolo como uno más del panteón. Apofis ve así colmada su ambición.

Panteón bajo la noche

(…)


XVII.

Flamas en la mística noche forestal,

irradiaba su luz un amor inexpresable.

Azulencas formas, emanaban un cálido resplandor.

Cortadas de la tiniebla murmurante, cinto de fulgores,

semejaban hijos de boreal aurora.

Así cerraron su marcha sobre el claro,

donde atónito miraba en derredor.


¡Ah, dejó la sangre de correr por las arterias!

A la fuente se amarraba mi cuerpo,

en incrédula mirada al andar de los astros.

Un paso tras otro, hacia mí tan impávido;

mudo a los eternos contemplaba en terror solemne.


Más íntimo se angostó el círculo,

y ardió Kesil[1] sobre su lívido Jauza[2].

Retrocedió Ninsikil; fundió con ellos

su noble silueta, que mácula no hiriera.

Yo lloraba mucho, al oír en sus labios ternura:


“Reposa ya, ¡oh, vapuleada dignidad!

Ruin tifón apacigüe esta nueva calma.

Tumba del gozo es la atroz injuria;

mas si en sí fiel cree, el alma sola sanará.

Bajo mortecina trama, la chispa muda en lengua ardiente,

y la perenne esencia subyuga el débil latido.

Tu heroica antorcha, ¡no más sola alumbre!

Únese a mil soberbias luces,

que no desdeñan tu esplendor.

Ámante cual joven hermano.”


XVIII.

No más al inmenso Urano rodeó Cordelia[3],

ni a Alesia[4] acosó César implacable.

Así de mí se asieron los brazos inmortales,

sin freno baluarte, cortés ariete.

Sabe el bosque jubiloso que su aliento contuvo,

la postrada cautela que sus armas depuso:

mi puente extendí cuan largo sobre el foso era,

y al terraplén, del invasor calzada, no combatí.


¡Cuán pleno el ser que a sí mismo descubre,

y es acepto entre antiguos candiles!


Desciende en sigilo la rígida enseña,

más radiante blasón ya ondea.

Abandonan su puesto los arqueros;

mía orden los retrae.

Sobre el desguarnecido muro, desierto de valientes,

calmo recibe el pectoral tibias las saetas.


Palparon mi frente, sus tenues relieves;

espigados dedos resbalaron entre los ojos.

Plaga, oprobio, me habían llamado;

mas ellos se agolpaban por besar mis mejillas,

y largamente lloraron sobre mis alas caídas.


¡Oh, el brillo en los labios que susurraban!

Tal saturó el vacío que cubrieran los huesos,

y alegre brotó en exhalación luminosa.


[1] Palabra hebrea traducida como Orión en algunos pasajes del Antiguo Testamento. Figura de la luminosidad de los moradores de Dilmún.

[2] Nombre árabe del que deriva Betelgeuse, célebre estrella de Orión.

[3] Luna del planeta Urano.

[4] Capital de los mandubios, sitiada por César en su victoria sobre Vercingétorix, hito de la Guerra de las Galias.


Libro Apofis y el Dragón

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