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papel antiguo

Porque no muera tu belleza

Apofis y el Dragón es el poema insigne de la obra Apofis y el Dragón, y otros poemas épicos. Su epopeya comienza en los fulgores del Edén, atravesando la pérdida de la inocencia y sus efectos devastadores en los personajes del relato. El personaje central, a través de cuyos ojos el mundo brilla y se derruye, es Apofis, la serpiente que se debate entre el mutuo idilio con Eva, y el deseo de propia grandeza. ¿Podemos herir sobremanera al ser amado? ¿Cuál es la voz que ruge íntima, que podría volvernos destructores de nuestro mundo? ¿Hay alguna redención posible luego de tal crimen?


Este fragmento del poema se comprende mejor en su contexto específico de la narración. No obstante, las siguientes estrofas escogidas pueden disfrutarse también en forma aislada. Eva muestra descreer que morirá si comiere del fruto prohibido. Apofis afirma que tal cosa no podría jamás ocurrir; y que si sucediera, él la seguiría al sepulcro.

Porque no muera tu belleza

(…)


IV.

Manso cuervo que posa sus garras sobre delgada rama,

y tras breve recreo vuelo levanta a las nubes,

fugaz mas grave sintió Eva la sombra de la muerte.

Sólo experimentada en el placer sin pausa,

desconocía el gesto de aquella faz brumosa

que a Muerte atendía en caviloso acento.

Harto vería en sucesivos siglos, ausente el gozo,

aquel semblante sonreír sobre sus amados sin aliento.

Empero, a la sazón luminosa, semejaba el Hades

un lejano augurio que no anidaría en el huerto.


“Me ha rogado el Creador mío,

tras cubrir mis huesos de hermosura:

´De él no comas, porque no muera tu belleza´.

Aún torpe el oído, rendido a la voz que me formaba,

más replicar no pude que asentir avergonzada

de en algo ser capaz de entristecerle.

Mas hoy, tras cien felices años, retumba todavía

en la inquieta mente mi duda enmudecida:


¿Cómo yo he de morir?

¿Acaso callará mi corazón tonante?

¡Mira cómo vocifera su feroz latido!

Irriga la salud los miembros rozagantes.

Libera el ágil ser estruendosa la risa.

¿Detendrá la sangre que me colma su turbulento andar?

¿Cesará la risa su gorjeo interminable?

Escala mi mente las cumbres do anidan las águilas.

Más rápido que el mandril trepa los troncos.

Sobre la cúspide desnuda las flaquezas del Sol,

y no se avergüenza de llamarse humana.

¿Resbalará mi pensar sobre la resinosa aspereza?

¿Desmayará antes de hollar la cima?

Arde su flama aun en la noche apacible;

Centellean mis sueños en el vergel sombrío.


Quien me hizo del altar tomó su fuego santo,

y encendió en mi candil su lumbre sublime.

¿Apagará Él la llama que ha avivado?

¡No! Se acortará en el Padre la mano potente

antes de herir fatal a la hija que le agrada.


No empuñarán incandescente espada, ¡flamígera Temis[1]!,

los dedos que templaran el rubor de mis mejillas.

Sus labios que, cercanos a mi oído en aquel primer despertar,

cálidamente susurraron ´¡Sea… inmortal tu rostro!´,

no pronunciarán fatídica orden, irrevocable edicto,

contra esta su hechura, que sólo ha consentido

en procurar placer sin tregua, su propio gemir atendiendo.”


V.

Entonces exclamé conmovido:


“¡No has de morir, Eva! Pues en ti respira Edén,

a través de la acacia, su perfumada lozanía.

Busca Hebe[2] en tu faz razón para sus labores,

y —de nuevo férvida— apura el vaporoso néctar.

Ríe Talía[3] al son de su viola de manso encordado.

Eco de tu alegría es, que aun a la umbría contagia.

Hinca Urania a tus pies su compás de bronce;

a tu pompa rinde los astros, ¡gloriosa conquista!

En derredor tuyo giran los colosos del firmamento.


Si de pronto se desvaneciera tu gracia,

y de tu benevolente gesto huérfanos quedáramos,

no hallaría la sutil Calíope inspiración a sus coplas,

y de Euterpe las loas huecas sonarían al oído.

¡Podrían los cimientos del jardín trasladarse al cabo de la Tierra,

Y aun este podría ostentar su nombre (¡dignísimo y frágil!),

si de sus prados jamás te apartares…

pues tú eres su esencia!

Forma con tu vida Edén una unión indivisible,

¡tal que perdurar no podría más allá de tu aliento!

¡No quedará sin su gema el Paraíso! ¡No morirás tú!


A más de esto, si del bosque a Hades pasaras,

cual ingenua Proserpina[4] raptada a las ninfas,

¡mi propio corazón te seguiría, hirviente y baldado!

Y tras mi triste estela, a una precipitada, la creación desgarrada

tu séquito sería hacia la morada de la penumbra.”


[1] Hija de Gea y Urano, simbolizaba la justicia. La espada flamígera refiere más bien a Némesis, que retribuía el crimen con su debido castigo.

[2] Escanciadora de los dioses (les servía el néctar) y divinidad de la juventud en Grecia.

[3] Se suceden aquí las menciones a algunas de las nueve Musas. Talía presidía banquetes y suya era la comedia y la poesía pastoril. Urania prefería la astronomía y las ciencias exactas. Calíope inspiraba la poesía heroica. Finalmente, Euterpe tenía a su cargo la música.

[4] Perséfone o Proserpina, joven raptada por Hades al Inframundo.


Libro Apofis y el Dragón

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