

Regalo de bodas
En la víspera de su casamiento, Casandra —hija del rey de Troya— se encuentra atormentada por sueños perturbadores. Su prometido la anima con la promesa de una vida de plena felicidad. La voz de él —y la sangría de su corazón— nutre estos versos. Es por ella capaz de todo, excepto comprenderla. ¿Será este el destino de las almas extrañas y, con todo, lúcidas? ¿No sufre más quien, aunque amenazada por la locura, tiene los ojos abiertos? Según el mito, la princesa cargaba con el don de ver el futuro y, a la vez, con la maldición de que nadie creería sus presagios.

I.
¿Qué miras, Casandra,
mientras comes del panal
miel con los pulgares?
No por tanto amarte
llegué a conocerte más
que el alba a la tarde.
Yo, devoto del misterio,
sigo la ruta de tus dedos
hacia los labios de fuego
y al ruinoso abismo
que con crípticas palabras
ellos al incauto abren.
II.
¿Qué hablas, Casandra?
Profecía, no de paz,
llamas que el muro consumen.
Vierte pesadillas la luna glacial
sobre el oído que sufre.
Visiones de larga guerra,
bravas espadas que rugen.
Pensaras tan sólo en rosas
cual haría mujer dichosa;
sería de mi alma la lumbre.
¡Sé mejor que ninguna
en víspera de nuestras nupcias!
Huya el silencio que aturde.
III.
¿Por qué eres, Casandra,
distinta a las demás
de sonrisa perenne?
Por las malas noches
en sueños de tempestad,
tus ojos se ensombrecen.
¡Mente a la deriva,
de tristezas cautiva,
naufraga perdida en alta mar,
una novia en ciernes!
¡Olvida la angustia,
frena la imaginación,
porque la vida es tan breve!
IV.
¿Qué ves tú, Casandra,
que los sabios no ven,
enterrados en sus libros?
Gritaste de espanto
cuando ayer te abracé
como tierno prometido.
Escenas de matanza,
¡oh, artista del horror!,
pintó trémula tu voz,
entre agudos alaridos.
Tu padre confiesa:
“Fue así desde la niñez,
un búho de soledades,
un cervatillo herido.”
V.
¿Por qué, mi Casandra,
como témpano eres fría?
¡Pende mi corazón de tus dedos!
Te interrogo “¿Me amas?
¿No soy bálsamo eficaz,
contra el dolor remedio?”
Me dices “No importa.
Moriremos de mañana.
Fútiles son los cortejos.”
¡Es locura, Casandra,
lo que tu boca profiere!
Prueba el vestido de novia,
porque anhelo así verte.
VI.
¡Cuánto lloras, Casandra,
cual sin dique manantial!
Ahora pides estar sola.
Fatigada apenas,
en la antesala estás
de tus más preciosas horas.
¡Paz a ti, joven princesa,
bonanza tras la tormenta,
pues eres la flor de Troya!
No más visiones terribles.
Mañana seremos felices.
Los griegos se alejan vencidos,
dejando firme en la playa
un caballo entre guirnaldas:
¡nuestro regalo de bodas!