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papel antiguo

Rigel en lontananza

Apofis y el Dragón es el poema insigne de la obra Apofis y el Dragón, y otros poemas épicos. Su epopeya comienza en los fulgores del Edén, atravesando la pérdida de la inocencia y sus efectos devastadores en los personajes del relato. El personaje central, a través de cuyos ojos el mundo brilla y se derruye, es Apofis, la serpiente que se debate entre el mutuo idilio con Eva, y el deseo de propia grandeza. ¿Podemos herir sobremanera al ser amado? ¿Cuál es la voz que ruge íntima, que podría volvernos destructores de nuestro mundo? ¿Hay alguna redención posible luego de tal crimen?


Este fragmento del poema se comprende mejor en su contexto específico de la narración.  No obstante, las siguientes estrofas escogidas pueden disfrutarse también en forma aislada. Eva y Apofis se encuentran cara a cara. No hablan el mismo idioma, pero sus espíritus quedan ligados a fuerza de versos. Eva no teme revelarle a Apofis cuán veladamente solitaria es para ella la vida en el Paraíso, y cómo contemplarlo la ha elevado.

Rigel en lontananza

(…)


X.

Mi brillo abarcando su mirada inocente,

Eva extrajo del corazón las lágrimas:


“Cual surcando negras aguas,

me abro paso entre perennes dalias.

Abrázanme los tallos cariñosos;

amárranse a mi virtud,

la inexpugnable fortaleza de cimientos temblorosos.

Bendición piden que no otorga mi mano dadivosa:

bendecir no pueden quienes

languidecen tras una mueca de gozo.


Pierdo el rumbo al desamparo de la noche.

(Luna, ¡muestra tu rostro!)

Tras círculos infructuosos, áspero brotando el desazón,

vil maleza que ahoga en el alma la simiente de paz,

liviana cae mi estatura cual ave moribunda

que aun derrotada no cierra sus alas extendidas.

Rendida sobre la hierba color ceniza,

envejece mi eternidad de los sollozos presa,

y cada lágrima que antecede al rocío la tierra regando

se derrama lamentando la soledad de los inmortales.


¿Has visto a la niña, la niña sollozante?

Sobre su cuerpo desplomado ciérrase la lobreguez;

frunce la noche implacable sus ojos plomizos.

En funesto augurio viste el huerto misterioso

los lúgubres atavíos del venidero sepulcro.


Hasta el señalado instante

(¡oh, cuán sublime tu hora!)

cuando bajo el cielo abandonado por las lumbreras,

Rigel[1] ardió en lontananza, revelando feroz gigante.

¡Tú eras, magnífica criatura,

quien distante fulgía para mi sola contemplación!


Se enciende de nuevo la llama en los ojos entenebrecidos.

Incorpórase la moza y con firmeza marcha,

en la luz fija la mirada decidida, que ya no cejará.

¡Allí estás, lágrima del Sol flameante, flotando en el aire,

entre nuestro suelo tan modesto y las alturas divinales!

En derredor tuyo, haces luminosos ensalzan tu porte.

¡Detrás, adusto vela el árbol do fluye toda nuestra ciencia,

del cual han de comer quienes prisioneros no son del cuerpo!


Las rodillas caen pesadamente ante la imagen de la gloria.

Alcanza mi dedo irreverente

el más asequible extremo de tu majestad.

¡Cuán tierna! ¡Cuán tierna la armadura que te cubre!

Y si a tu corazón llegara, alargando mi diestra,

¿no sería más tierno aún?

Alcanza mi dedo irreverente

el más asequible extremo de tu majestad.

El otro cabo, aureolado de nimbos brillantes,

¡cuán lejano es a mi existencia sombría!


Adornadas frases hablas que no

entienden mis oídos tan terrenos.

¿Qué te esfuerzas por decirme, criatura encantada?

¿Hablarás de amor, de cómo mi pecho se conmueve sin tregua?

¿Serás, en vez, del dolor heraldo?

Ve cómo mi pecho cruje y se desgarra.

¿O vienes de otra tierra, más sabia y benigna,

y tales saberes altivos compartirás de pura gracia?

¡Oh, si desentrañar pudiera el misterio de tus palabras!

¡Melodía cual tu voz no oí en el vergel hogar mío!

En tus labios divinal resuena la belleza.”


[1] Sistema estelar en la constelación de Orión. Aquí denota a Apofis, por su resplandor.


Libro Apofis y el Dragón

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