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papel antiguo

Trono de paja

El poeta libanés Khalil Gibran escribió sobre quien, mayor a él, “dejaba oír su nombre en las caravanas y doquiera las embarcaciones me llevaran”. Aunque, observa agudo del mismo ser, las multitudes “pretenden enaltecerle, pero no le han comprendido”. En la misma obra, afirma: “Sé que hablaba de amor por la dulzura de su voz, y sé que hablaba de poder porque había ejércitos en sus ademanes”. Antes que en Navidad recostemos al niño sobre el pesebre, conviene preguntarnos si, un siglo después de Gibran, le hemos comprendido.

Trono de paja

I.

Te recuerdo inerme

sobre muelle cunita,

durmiendo en trono de paja.

Tú, magno astro celeste,

desde la Tierra brillas,

al par que estrella altiva

del firmamento baja.

¿No sabes que las gentes

al fuerte dan la mitra;

y, aunque uvas vendimian,

tan vacua de delicias

suele estar su tinaja?


II.

¿Sabes que en este suelo

los niños junto al sendero

migas alzan como cuervos,

mientras carruaje de gala

cual rocas los esquiva;

ciego el que dormita,

sobre pecho coraza,

sobre garganta perlas?

Con todo, cual niñito

transitas nuestra aldea,

que tú vega recuerdas,

mas es estepa yerma.


III.

¡Tu mundo no es tu mundo,

aunque su origen vieras,

cuando al mar mandaste

“Descubre la pradera”,

y al sol encendiste

como diurna candela!

Antes que el necio barro

hiciera cruel la guerra,

a veces en tu nombre

o portando tu emblema,

al tiempo que al niñito

sobre pesebre acuestan.


IV.

¿Qué en el hombre viste

para negar el cielo

por almena segura

a tus ojos dolidos,

y no otear distante

cómo tu valle fértil

muda en campo baldío?

Si el hombre compadece

a su hermano caído,

cual no el samaritano,

presuroso urge el paso,

no desviando su camino.


V.

Luego hablaste a las gentes

“Mal por mal nunca devuelvas;

al ladrón dona silente

también tu preciada prenda.

Sabio aquel que prudente

alza sobre mí vivienda.

No paste el rebaño quieto

si falta perdida oveja.

Si al desnudo das abrigo,

beberás vid verdadera.

¡Y, aunque te rodee penumbra,

del viento sabrás la senda;

Pues yo vendo las heridas

de quien pisa vía estrecha!”


VI.

Mas es tu dicho locura

para el hombre que asevera

ser del azar hechura;

no del barro que se mera

con tu aliento puro

y el llanto por sus penas.

¡Aún sufres clavado

cual adorno en sus iglesias!

Aunque vivo relumbras,

les conviene yerto mártir

a cirios nutrido,

impasible a su tragedia;

sangre por velo piadoso,

viejo león dormido,

que no ruge ni condena.


VII.

Al son del alboroto,

unos tu bondad celebran.

Hay quien canta “¡Hame hablado!”

si bien con extraña lengua,

aunque un silbo apacible

arrullara la caverna.

Juran otros que has cambiado,

fueras cual mulo que yerra;

o que eres grato perfume

que todo acto impregna.

De tan humano tu gesto,

el Maestro ya es poeta.


VIII.

¿Cuándo reunirá el pesebre

a los hijos esparcidos

y florecerá ternura

en los corazones fríos,

pues todos iguales, llanos,

somos a los pies del niño?

Aún paciente nos aguardas,

pisando sobre las olas,

con la brisa llamando

a nosotros, almas solas.

¿Cuándo andará sobre el mar

esta terca humanidad

que, por mucho demorar,

pierde sus finales horas?



Libro Apofis y el Dragón

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