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papel antiguo

Zorzal de invierno

Pieza basada libremente en la tragedia de Rizpa, cuyos dos hijos fueron ejecutados para terminar con la sequía y la hambruna. El poema hurga en la injusticia, la indiferencia y el lamento por lo irreparable. No obstante, con todo vislumbra aquel país que reunirá a los amados separados por la muerte.

Zorzal de invierno

I.

Un invierno de Adar,

cuando el seto añoraba los rosales,

sobre el árbol seco callaba el gorrión

y el ganado tambaleaba en los corrales,

más que el rumor del viento entre los cerros

o el Sol que prolongaba la sequía,

se alzó llorosa del tostado pastizal,

voz de mujer, voz de zorzal,

que inconsolable su cantar gemía.


II.

Ahogaba el hambre a la ciudad;

el país su verdor perdía.

Rogaba un niño un trozo de pan,

y de llanto desfallecía.


“Algún crimen habrá que expiar”,

dijo el rey a la razón que huía.

“Aun mi vida sobre el altar

donaré si es requerida.”


III.

Mas al fin su oblación guardó:

¿quién más idóneo gobernaría?

Áureo palacio le refugió.

“Tañe tu arpa”, dijo al cantor.

“¡Place a mi alma su dulce voz!

Pasará el hambre, agria sazón,

mientras me sirven fina comida.”


Se agolpó el pueblo frente al portal;

mármol y bronce hicieron temblar.

Rugió su hambre al protestar:

“¡Algún crimen habrá que expiar!

Sangre de pocos ha de bastar,

príncipe sea o bien zagal,

¡escaso precio a nuestra vida!”


IV.

Todo esto fue un día atrás;

horcas se alzaron sobre el maizal.

Mas cuando la soga frenó el latir,

he aquí el cielo aún ardía.

Y cuando el vulgo se disipó,

cual al alba la neblina,

cierto que humeante el altar,

tras el ocaso lluvia caería,

una mujer lloraba, triste zorzal,

a los culpables de la sequía.

“Dame tus hijos”, mandara el rey,

“pues mías son todas las vidas.”


V.

A sus hijos, tiesos cuerpos que pendían

de las horcas, lloraba con ternura.

Su plañido, perforando el cielo exangüe,

nombrábalos con amargura.

Pues tan sólo ayer, la memoria le mentía,

su pecho les estrechaba,

agitando el alma pura.


Ayer apenas uno de ellos le decía:

“Madre, la vida brilla; durará su holgura.

Bondad vence con su luz al alma oscura.

Y cuando nieve alumbre tu cabello,

como al monte en mañana fría,

yacerá junto a tu lecho mi mediodía,

grato el sol como el ocaso de la vida.”


VI.

Todo el invierno los lloró,

clamando al Cielo justicia.

Ave gimiente en el sequedal,

reina de la mies consumida;

terror al buitre que se alejó,

negándose a la rapiña.

El pueblo la oía lamentar,

frotando en su piel ceniza;

mientras cebada y blanco clavel

arrasaba la sequía.


VII.

Tiempo después un gris nubarrón

lloró sobre la campiña.

A una el gentío celebró

que el suelo se ablandaría.

Nunca se supo si sangre fue

el milagro de la vendimia,

o primavera sin más llegó,

mas nadie lo indagaría.

El valle de risas se llenó,

recordó su alegría;

cual si no penara el zorzal

do plantaban la semilla.


VIII.

Cuentan que el céfiro la abrazó,

ráfaga amante, mostrándole simpatía;

y el Sol caricia le prodigó,

secando la abierta herida.

Mientras contemplaba un manantial

do antes la tierra fría,

oír creyó desde el trigal

voz familiar que le decía:


“Madre, la vida brilla y durará

allí do el Tiempo no apura.

Urge tus pies sin demorar

hacia la más verde llanura.

Pronto Bondad enclavará

su pendón entre la bruma.

¡Oh, reposará nuestro corazón

del duelo en finas pasturas!

La vida aguarda y perdurará

allende esta noche oscura.”


Libro Apofis y el Dragón

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